Jardín Florido, el piropeador que complacía a las cordobesas
Hubo un tiempo en la ciudad de Córdoba que las mujeres eran agasajadas en plena vía pública por un señor de curioso atuendo y vocabulario, apodado como “Jardín Florido”.
Fernando Albiero Bertapelle, más conocido como “Jardín Florido”, fue un excéntrico personaje de la capital cordobesa, que se hizo popular a mediados del siglo pasado. Vestido de frac, galera y lustroso bastón en mano, solía recorrer las calles céntricas de la Docta, profiriendo ingeniosos y delicados piropos a cuanta dama se le cruzase por delante.
Imitación paródica de los antiguos caballeros de ley, su galantería y exagerado refinamiento impresionaba a señoras y señoritas, quienes no dejaban de sonreír ante sus poéticas y sutiles frases. Maestro en el arte de piropear, siempre se expresaba respetuosamente mediante el uso de un lenguaje pomposo y culterano.
Por propia voluntad, “Jardín Florido” devino en una suerte de adorno viviente de la ciudad. Sus “perfomances” formaban parte de la escena cotidiana cordobesa, siendo reconocido por los transeúntes que circulaban por el centro. Casi a modo de ritual, transitaba diariamente la concurrida calle 9 de Julio (entre Rivera Indarte y San Martín), con la intención de halagar al público femenino que por allí pasase.
Antes de ser piropeador ad honorem, trabajó como litógrafo, mayordomo y procurador judicial, entre otras ocupaciones.
A comienzos de la década del ´30, ejerció el oficio de mozo en algunas de las confiterías más elegantes de la ciudad, como el bar Richmond ubicado al frente de la plaza San Martín. Frecuentado por doctores, políticos y artistas, allí pulió su lenguaje y modales vinculándose con la alta sociedad cordobesa.
Cada vez que concluía su trabajo, se paseaba por el centro cordobés cuan “boulevardier” parisino. Años después, logró hacer una pequeña fortuna al trabajar en la conocida inmobiliaria Villalón.
Con el dinero acumulado, optó por comprarse un automóvil de lujo (un Packard, del mismo modelo y color que el que conducía Carlos Gardel). Una vez adquirido, mandó a colocarles floreros a sus costados (de ahí provino su apodo “Ventanita Florida”, que derivó posteriormente en “Jardín Florido”).
Ícono urbano y leyenda viviente de la cultura cordobesa del siglo XX, “Jardín Florido” mantuvo sus actitudes corteses y caballerescas hasta los últimos días de su vida. Fallecido a los 88 años el 9 de julio de 1963, supo engalanar las esquinas céntricas de la Córdoba de antaño a lo largo de 30 años.
En la actualidad, restoranes, quinielas y kioscos llevan su nombre.
También es recordado en letras musicales, poemas y modestos monumentos dispersos por el centro. No obstante, su mejor descripción se encuentra plasmada en el vals criollo “Caballero de Ley”, interpretado por el grupo de folklore Los del Suquía.